Con Lula, Petrobras dio el extraordinario salto tecnológico que la hizo capaz de un hecho inédito: la extracción de petróleo a 7 mil metros de profundidad, a 300 km de la costa. Con Dilma, la producción del Presal alcanzó la marca histórica de 540 mil barriles diarios, a tan solo ocho años del hallazgo de uno de los mayores yacimientos del planeta. Gracias al Presal, cuyas reservas están estimadas en 35 mil millones de barriles, Brasil duplicará su producción hasta 2020, llegando a 4,2 millones de barriles diarios, volviéndose uno de los mayores exportadores mundiales de petróleo.
Lo más importante: en lugar de entregar la mayor parte de esa riqueza del pueblo brasileño a empresas extranjeras, como en el pasado, los gobiernos del PT optaron por el modelo de partición, asegurando la mayor parte de las ganancias al Estado brasileño y subordinando la explotación del Presal al proyecto de desarrollo industrial y tecnológico del país, dinamizando varias cadenas productivas. En vez de, como en el pasado, comprar buques y plataformas en el exterior, lo cual genera empleos e ingresos allá fuera, Lula y Dilma resucitaron la industria naval brasileña, que hoy emplea a 78 mil trabajadores - contra apenas 3 mil en el gobierno del PSDB.
En las próximas tres décadas, el petróleo que borbotea desde el fondo del mar destinará alrededor de R$ 1,3 billón a educación y salud, gracias a la nueva legislación sancionada por la presidenta Dilma en 2013.
Vale la reflexión de que, si el pueblo brasileño no hubiera elegido a Lula y a Dilma, toda esa riqueza podría haber sido privatizada – o quedado para siempre olvidada en el fondo del mar.