El arma de los adversarios era el miedo. Decían que Lula y el PT llevarían al país al caos: fuga en masa de empresarios, hiperinflación, descontrol de los gastos públicos, quiebra generalizada. Pues sucedió lo contrario. Lula y Dilma mantuvieron la inflación bajo control, aseguraron el superávit primario, redujeron la deuda pública, administraron la tasa de interés en la perspectiva de su gradual reducción y en apoyo a la industria nacional.
Pero el arma de los adversarios sigue siendo el miedo. ¿Recuerdan el “no va a haber Copa, no va a haber estadios, no va a haber aeropuertos”? Muy bien. En el lapso del año 2013, ellos profetizaron el apagón eléctrico, la hiperinflación del tomate, la crisis del desempleo, y muchos otros desastres y retrocesos. Pero, en lugar de catástrofe, vino el crecimiento económico con solidez fiscal y reducción de la pobreza y de la desigualdad. La esperanza sigue venciendo el miedo.

Lula heredó de FHC una inflación media de 9,2% al año, con un pico de 12,5% en 2002. En los ocho años de gobierno Lula (2003-2010), la inflación media anual cayó a 5,8%. Con Dilma, Brasil cumplió una década de inflación bajo control. La tasa de interés también cayó, del 24,9% al final del gobierno FHC (2002) al 10,6% en el último año de Lula (2010), cerrando 2013 en 9,9%. La deuda pública neta se redujo del 60,2% del PIB en 2002 (con FHC) al 39,2% en 2010 (con Lula) y al 33,8% en 2013 (con Dilma). De las 20 mayores economías del mundo, solo seis hicieron superávit primario en 2013 - y Brasil forma parte de ese selecto grupo. Todo eso, no está de más recordar, con pleno empleo y ganancias salariales.